El camino recorrido

Recuerdo con nostalgia la alegría y la simpleza de mis días de la infancia. Los viajes en familia, los veraneos compartidos con mis tíos y primos, los festejos de cumpleaños, los chistes y las anécdotas. De chica lo que decían mis padres era mi verdad. Algo estaba bien o mal, era blanco o negro. No había grises. Creo que les pasa a todos los niños. A medida que pasaron los años, empecé a tener mi propia mirada y a interpretar la de los demás. Ahí empecé a ver mi historia familiar.

Entendí que la sencillez, la alegría y las risas de mi padre provienen de los suyos. La infancia de mi padre fue humilde, simple y feliz. De chica siempre me contaba anécdotas de bromas que hacía con sus amigos en el Barrio, anécdotas de libertad, rebeldía e inocencia. Mi abuela paterna, Hilda, no se preocupaba mucho, o al menos, no lo hacía notar. Mis abuelos paternos tuvieron un matrimonio feliz, lleno de viajes y aventuras; y esa felicidad la transmitieron a sus hijos. Su mirada ante la vida era de simplicidad absoluta. Mates en la cocina, un cajón con juguetes para los nietos, una biblioteca con libros y papeles para dibujar. Hilda me enseñó a escribir en cursiva, y unas cuantas cosas más que recién ahora estoy entendiendo. Hilda sabía escuchar y disfrutar. También era aventurera y un poco cabeza dura- cualidades que reconozco en mi padre y en mí. Mi abuelo paterno la quería con todo su corazón. Él fue y sigue siendo el GRAN ejemplo para toda mi familia. Acún- así lo llamamos- es amor, tolerancia, fortaleza, positividad, alegría y templanza. Papá se parece también a él. Lo admiro muchísimo. 

Papá libró al azar la elección de su carrera. La simpleza que lo caracteriza también estuvo presente en ese momento, pero en este caso- creo que en un sentido peyorativo. Siempre dice que le hubiese gustado ser arquitecto. Papá tiene una gran capacidad de adaptación a todas las situaciones que le toca vivir, igual que su padre. Sin embargo, a veces, eso le juega en contra. A veces me pregunto qué está pensando, y por qué no se expresa más. Lo que no dice. ¿Hasta qué punto la tolerancia es buena?

Si de alegría se trata, papá es EL ejemplo. Sólo el tránsito y que no haya hielos en la cubetera le borran la sonrisa. Transmite positividad con cada paso que da. Es difícil enojarse con él, y siempre me dio miedo lastimarlo. Alegra cada momento de nuestras vidas, sea el que sea; y hace que todo parezca más fácil de lo que es. Su actitud ante la vida lo es todo.

Con mi crecimiento, también entendí la historia de mamá. Su infancia tuvo otros tintes. Veraneos en la playa, carnavales en Chascomús, la casa en Castelar y las hamacas en el jardín fueron sus primeros recuerdos. Con el dúplex de Buenos Aires su infancia empezó a tomar otro matiz. Fue allí donde mamá confirmó lo que sospechaba. La adicción de su hermano fue- y sigue siendo- un obstáculo en su camino, y en el de mis abuelos maternos. Creo que hicieron lo que pudieron con lo que tenían a su alcance. Desde ese momento en adelante, mi mamá tomó como máxima principal que esa situación no afectara a sus hijas. Y así lo fue. Aunque mi tío no me afectó a mí directamente, afectó mucho a mis abuelos y a mi mamá. Así que, de algún modo, creo que también llegó a mí.

De mi abuela materna recuerdo sus pastillas de menta, su lápiz labial y sus manos con pecas. Nos venía a visitar seguido, y siempre traía una sorpresa. Figuritas, muñecas, chalecos tejidos y revistas. Sus anécdotas y chistes atraían la atención de todos los presentes. De carácter fuerte y seguro, no dudaba en poner a alguien en su lugar sin perder su equilibrio y su templanza.

La sensibilidad que heredamos mamá y yo, sin dudas provenía de mi abuelo materno. De porte elegante- con pañuelo en el bolsillo de la camisa- y apariencia fuerte y correcta, sus ojos escondían su sensibilidad. Mi relación con él aumentó cuando el nuevo milenio se llevó a mi abuela. Recuerdo los almuerzos en casa, los merengues con dulce de leche y los juegos de cartas. Quiero vale cuatro- esa frase siempre me recordará a él, sentado frente a mí en el comedor diario. Mamá siempre dijo que era exigente, perfeccionista y responsable. ¿Estoy hablando de él o de mí? 

Mamá es más fuerte de lo que parece. Atenta, dedicada, protectora. Nunca nos faltó su cariño, su ayuda ni su sostén. A veces pienso que nos dio tanto que se terminó descuidando a ella. Entiendo su sobreprotección, fue una coraza ante sus experiencias. Mamá es divertida y cuenta unas anécdotas espectaculares, ya sabemos de dónde viene. Le cuesta dejar fluir y soltar el control.  Eso también sé de dónde viene. Es intuitiva. Se juzga por demás. Es sensible. Es incondicional. 

Mi gran compañera de la infancia, adolescencia y juventud, fue- y es- mi hermana. Complicidad y cariño absolutos.  Mi gran aliada. Nos entendemos sin hablar. Es un ejemplo para mí, y creo que yo para ella. Polos opuestos y similares. Polaridad que se une. ¿Soy yo o es ella? A veces me confundo, y nos comparo sin sentido. Estoy aprendiendo a no hacerlo. Agradezco a mis papás que me hayan dado una hermana con quién transitar las etapas de mi vida.

Mi infancia está rodeada de recuerdos felices. La casa en Larrea, el cuarto de juegos, el “ratito”, las muñecas. Los bailes en el living, los patines en la cocina y cantar frente a los espejos. Los “actos” que inventábamos con Jose. Los disfraces. El vestido escocés, mi preferido. Phill Collins y Elton John. Más adelante, Barry White. Los veranos en Tres Arroyos y Pinamar. Los viajes. La protección, la atención y las risas. El cariño incondicional. La casa en Juncal. Mi primer cuarto. Mis agendas y mis primeros CDS. Las pulseras de mostacillas. El pizarrón de computación y las películas repetidas en los puffs. El crecimiento. 

También hay otros recuerdos. Señales de mi lado más “oscuro”, que empezaba a vislumbrarse poco a poco. El miedo al mar, a nadar y a perder el control en la bicicleta. El “chic” necesario para poder conciliar el sueño. Los “grumos” que no podían estar presentes en mi colita de pelo, bajo ningún concepto. La tos que arremetía en mi contra durante los problemas matemáticos. Las horas de estudio y los sobresalientes. El miedo al fracaso. El control. La culpa. Las inseguridades. Todas señales; incomprensibles para mí en ese momento, tan evidentes hoy.

Ahora comprendo que para hablar de mi historia, necesito hablar de la historia de todos ellos. Porque cada uno de ellos está en mí, así como yo en ellos. Porque yo no soy sin ellos, y ellos no son sin mí. Todos somos uno.

Mayo 2020, Paz Bonifacio

Unidad 5 - Album familiar

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